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Lord Byron reposing in the house of a fisherman having swum the Hellespont. Sir William Allan, 1831.
Aunque hoy el término “romántico” designe a un individuo particularmente dado al amor más empalagoso y al sentimentalismo más cursi, históricamente “romántico” es un término literario que remite al romanticismo, movimiento artístico que surge en Europa a finales del siglo XVIII como una reacción frente al dogmatismo racionalista de la Ilustración. Decepcionados por la filosofía árida de pensadores como Voltaire, los románticos desarrollan una poesía y un arte que busca volver a encantar el mundo, volver a dotar al universo de la seducción misteriosa que fue arrancada de cuajo por los filósofos de la Ilustración. En su poesía buscan la fusión del hombre con los elementos naturales, casi la disolución de la individualidad en una experiencia de totalidad universal. Muchos de ellos, por ejemplo, rechazan la corbata del siglo XIX y llevan camisas abiertas para simbolizar la unión sin fronteras entre las profundidades de su ser y los elementos de la naturaleza. Probablemente Lord Byron (1788-1824) sea el poeta romántico que más exporta estas reglas artísticas a su vida cotidiana: nadador excepcional, Byron busca sin cesar la unión espiritual de su alma con la de la tierra a través del elemento acuático.
Byron, aristócrata cojo y poeta revolucionario, fue también un extraordinario deportista, notable en los terrenos de la hípica, el tiro y, sobre todo, la natación. El cineasta español Gonzalo Suárez pone en boca del poeta inglés, en la película Remando al viento, las tres capacidades que le vuelven único e irremplazable: cruzar un río nadando; apagar una vela de un disparo a veinte pasos; escribir un poema que venda catorce mil copias en un solo día. De hecho, la película del español no escatima en escenas de natación del joven poeta. Algunos recuerdan también al dandy británico por sus excentricidades, muchas de ellas relacionados con la natación, como su indiferencia absoluta al sufrir un naufragio. Acaso la más sonada sea sin embargo aquella noche en Venecia en la que, después de una fiesta en casa de un noble local, Byron, todavía vestido de gala, se tira a los canales argumentando que “llegará mucho antes a su casa nadando que en góndola”. Y así es como se marcha… ¡y sosteniendo al mismo tiempo fuera del agua una antorcha encendida para que los gondoleros no le arrollen!
Sin embargo, lo que lleva a Byron al agua es sobre todo una motivación artística, más que una provocación. Byron está convencido de que el arte debe vivirse en carne propia, lo que le lleva a concebir la práctica de la natación como una práctica artística. El mar es un elemento indispensable en el imaginario del poeta, y en particular una antigua historia le obsesiona: el mito griego de Hero y Leandro. Hero era una sacerdotisa de Venus que fue seducida por el hermoso Leandro. Sin embargo, un obstáculo geográfico impedía su amor: el estrecho del Helesponto (el que hoy se conoce como el estrecho de los Dardanelos y mide 6 kilómetros en su punto más ancho). Leandro, que no se dejaba intimidar por semejante pequeñez, cruzaba a nado cada noche el estrecho para encontrar a Hero, quien encendía una luz en su ventana para que su amante pudiera orientarse en las aguas tenebrosas. Un día, sin embargo, una tormenta se levantó y el viento apagó la luz de Hero, haciendo que Leandro, desorientado en la tempestad, se ahogara en el mar. Cuando, por la mañana, las olas trajeron el cadáver del enamorado a la orilla, Hero se lanzó al agua desde su ventana para reunirse con Leandro en la muerte. Tal era la obsesión de Byron por el héroe mítico que fue el primero en repetir dicha proeza y, a solas con su fantasma, cruzó a nado el Helesponto, realizando a la vez un hito y un homenaje. Así entendía pues la natación el poeta: una forma de revivir los mitos y devolverles la vida a los héroes olvidados; un modo de penetrar las entrañas de un mundo misterioso; una manera de convertir una vida en una obra de arte. Nos podemos quedar con la última imagen de Byron en Remando al viento: un poeta en la playa que se lanza al mar y, nadando solo, pone rumbo a Grecia, perdiéndose en las aguas más allá del horizonte.
|* Arturo Sánchez es poeta, máster en literatura comparada, coautor de www.palpitatiolauri.com y nadador diletante.
|el placer de nadar
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